Winterbeast, de Christopher Thies

Sin duda, esta es la reseña más compleja de empezar a escribir. Cuando hablamos de Winterbeast, nos adentramos en un mundo donde predominan las imágenes bizarras y una trama regida por secuencias tan extrañas como memorables. Para bien o para mal, no hay otro film como este o, al menos, que me haya impactado de una manera similar. Por supuesto, podemos mencionar las producciones de la Troma, si queremos hacer referencia a films que cruzan la barrera de la lógica. Pero aquello es hecho de una manera adrede. Aquí, los elementos que la caracterizan no parecen tener esa intención. En verdad, no sabemos muy bien qué es lo que intentaron comunicar, ya que los setenta minutos que dura la película cada vez se van tornando más chocantes y escapan a toda explicación razonable. Como ya les dije, esta reseña es difícil de hacer. Intentaré organizar la información, sin develar algunos puntos de los que me gustaría que ustedes puedan experimentar por sí mismos.

La historia nos sitúa en una zona montañosa donde una maldición india hará despertar a distintas criaturas con ansia de vengarse de todos los que osan ir a su territorio. Un grupo de guardabosques intentará resolver el misterio mientras se enfrentan a las aberraciones que van presentándose de manera imprevista. Hay apariciones demoníacas, criaturas de goma, un tótem que acosa a una protagonista, solo por mencionar algunos ejemplos. Otro de los recursos que utiliza el director es separar las escenas por medio de imágenes donde se muestra un anochecer o un amanecer y el ruido de unos grillos que se repite durante todo el metraje. La trama es difícil de seguir, ya que no hay una armonía en los planos. Hasta destruyen el racord tantas veces que ya se vuelve algo normal. Lo mismo sucede con los diálogos: es imposible que alguien hable de aquella manera; todo está tan fuera de lugar que solo nos provoca risa. Algunas de las muertes están realizadas en stop motion. Incluso, los protagonistas se convierten en muñecos de plastilina y son ejecutados por algún monstruo: todo un ejemplo grotesco de excentricismo. No intenten encontrar sentido a lo que sucede, porque no lo van a hallar.

Winterbeast es una de esas rarezas que se disfrutan o se odian. Aquí no hay punto medio. Si gustan de un Cine Z, estoy seguro de que la podrán apreciar. De otra manera, si buscan una historia compleja, con personajes bien definidos y con un Plot Twist que no veían venir, este no es el camino.

X, de Ti West

A comienzos de este año, hubo diversas noticias sobre la nueva película de Ti West. Progresivamente, varios entusiastas juraban que este iba a ser el film de horror del año. Yo soy bastante escéptico. De hecho, nunca leo las críticas, ya que me gusta sacar mis propias conclusiones (aunque nadie más las comparta). Pero, dado que soy un consumidor del género en todas sus variantes, era obvio que iba a verla. Y el día llegó.

X nos traslada al final de la década de los setenta cuando un grupo de cineastas con grandes sueños se dirigen a una casa (en una zona rural de Texas) a filmar una película pornográfica. Al llegar allí, las cosas comienzan a irse de las manos, ya que el dueño de la casa es un solitario anciano para nada amigable que vive con su esposa (una mujer hundida en la tristeza por el paso de los años). Cuando se entera de lo que planean hacer, la furia se desata.

Si bien X tiene una historia sencilla que evoca al cine slasher de los años setenta, hay muchos puntos más que rescatar. En primer lugar, la cinemática está desarrollada de una manera que nos permite tener una tensión increíble en algunas escenas (por ejemplo, una en un lago y otra en una cama). En otras, el drama y la tristeza se hacen notar de tal forma que se siente una empatía profunda. En segundo lugar, los personajes y sus intenciones están bien definidos desde el comienzo, aunque uno de estos cambia en un momento y trae consecuencias devastadoras. Hay un debate moral entre el sexo y el amor, y entre las buenas costumbres y cómo el demonio corrompe las mentes de los jóvenes (los portadores de la ética suelen ser los verdaderos monstruos).

La sangre tarda en llegar, ya que estamos ante un Slow Burn y, aunque tiene momentos muy sangrientos y las muertes difieren una de otras, en este caso me gusta rescatar más la historia detrás de los ancianos, de ese deseo perdido que habita en ellos, de la resignación a la vejez y de la venganza contra los que aún portan la llama de la juventud.

X es un film que, sin inventar nada, sabe cómo generar interés en la historia, a veces dramática, a veces cómica, y casi siempre aterradora. Nos lleva por este viaje en un territorio rural donde nada puede atentar contra la decencia.

Cuidado con a quiénes le alquilan una casa… y con lo que hagan en esta.

The Sadness, de Rob Jabbaz

La pandemia trajo nuevamente, al plano de la vida cotidiana, el terror a las infecciones. Que el cuerpo de una persona comience a destruirla desde el interior sin que nada pueda hacer para evitarlo ya es suficiente excusa para contar una historia.

En esta ocasión, no veremos la Peste Negra ni bailaremos la Danza Macabra: hoy nos ubicamos en el presente. Y, a pesar de todos los recursos y tecnología a nuestra disposición, nadie podrá ayudarnos.

The Sadness nos introduce en una premisa que ya hemos visto: un virus comenzará a cambiar el comportamiento de los ciudadanos, hasta tornarlos en psicópatas y en asesinos. Aquí el virus no transforma en zombis a las personas, sino que los vuelve criaturas despiadadas dispuestas a consumar las peores atrocidades que se les cruce por la mente. Si bien el guion carece de originalidad, termina convenciendo por lo rápido de su desarrollo y por las escenas bien llevadas. Un ejemplo claro es toda la secuencia en el subterráneo, donde la incomodidad de la protagonista no será lo peor que le suceda, ya que pronto las paredes se mancharán con sangre y con vísceras. En este momento aparece el antagonista más destacado: el hombre del paraguas, un típico oficinista convertido en una máquina asesina. Pero no todo lo que hay en The Sadness es gore: hay un mensaje político y social marcado, que oscila entre la tragedia y el humor ácido. Y hay hasta vestigios de la vida cotidiana en la ciudad, aunque pronto todo se perderá, para darle paso a la anarquía.

El final nos presenta una escena brutal, un paralelismo entre los diálogos y la imagen, ejecutados de una manera magistral. Un desenlace que evoca al fatalismo lógico que plantea el universo de este film.

The Sadness no se guarda ni una gota de piedad. Estoy seguro de que los fans de la sangre y del canibalismo la disfrutarán, ya que todo está a la vista, y de una forma grotesca y exagerada. Cumple con lo que promete: darnos una historia ágil en una urbe destruida por la epidemia, donde todos pueden saciar sus deseos más morbosos.

Por último, tengo una advertencia para mis lectores: cuando se encuentren caminando en soledad, asegúrense de mirar hacia todos lados… el hombre del paraguas puede estar más cerca de lo que creen.    

House of 1000 Corpses, de Rob Zombie

En la década de los noventa, MTV fue la gran cosa. Recuerdo quedarme hasta la madrugada para poder mirar Headbangers Ball, un programa dedicado al Metal en todas sus variantes. Gracias a esto, pude descubrir una inmensa cantidad de bandas. En 1996, transmitieron el estreno de un videoclip de una banda que yo no conocía: White Zombie. La canción era I’m Your Boogieman. Para mí, aquello fue increíble: tenía un estilo fresco, pesado y bailable. Además, el tema pertenecía a la banda sonora de The Crow: City Of Angels. Si bien creo que a nadie le hacía mucha gracia esta secuela debido a la tragedia ocurrida en la primera parte, yo tenía bastante curiosidad por verla… y, al final (cuando se estrenó), la curiosidad terminó matando al gato. Al día siguiente de haber conocido a White Zombie, fui directo hasta una tienda de discos. Encontré Astro-Creep: 2000, y no dudé en comprarlo. Aquel disco se convirtió en el sonido de mis años de adolescente. Al poco tiempo, hubo noticias de que Rob Zombie iba a dirigir una tercera parte de The Crow, lo cual me alegró mucho ya que los videoclips en que se había involucrado me gustaban mucho. Lamentablemente, nunca se llegó a concretar dicho film (para los curiosos, en internet está el guion de lo que pudo haber sido esta película). Aunque Rob Zombie vería su debut años más tarde.

Y, por ello, hoy recuerdo House of 1000 Corpses.

La estética del film atrapa de entrada; es un collage con una paleta de colores tanto cálidos como fríos, que pueden pasar, de un segundo a otro, a una secuencia en blanco y negro, o visualizar tomas realizadas en Super-8. Esto es toda una expresión de hedonismo cinematográfico que nos recuerda en algunas ocasiones a Natural Born Killers, de Oliver Stone, si pensamos en el manejo tan variado de la imagen.

La historia nos lleva a una comparación con The Texas Chainsaw Massacre, y es inevitable que lo haga, ya que contiene tantos paralelismos que es imposible no evocar a la obra de Tobe Hooper. Aquí, los psicópatas están a disposición para que el público los ame al verlos cobrarse la vida de sus víctimas de las formas más brutales posibles.Y, en este punto, Rob Zombie acierta. El trío de personajes más destacados está compuesto por Otis (interpretado por Bill Mosley, quien también fue Chop Top en la segunda parte de la franquicia de The Texas Chainsaw Massacre), Capitán Spaulding y Baby. Estos ya son parte de la cultura del cine de horror; no por nada pueden verse sus imágenes en un amplio merchandising a través de los años. Volviendo al tema de la película, los dos primeros actos funcionan de manera orgánica, aunque sin ninguna sorpresa; vamos conociendo a los miembros de la familia Firefly —con Karen Black a la cabeza del clan— y sus terribles asesinatos. Todo un festín de Gore y de violencia que trae enormes resonancias del cine Grindhouse de los setenta. Pero, llegados los últimos minutos del film, la cosa cambia y, lamentablemente, no volvería a tratar esa historia; me refiero al mundo subterráneo donde habita Dr. Satan. Aquí parece que estamos viendo otra película. Ese mundo que yace debajo de nuestros pies es mucho más interesante que todo lo que hemos visto anteriormente en el metraje. Aquí hay una historia que merece ser contada y, por algún motivo, no vuelve a mencionarse en las otras entregas de la trilogía de estos personajes.

Para muchos, la película puede caer únicamente en basar su existencia en las grandes dosis de violencia, que incluye todo tipo de torturas, y no tener una sustancia en la historia. Después de todo, sabemos que los malos están para jugar el papel de ejecutores, y esto al público (a la mayoría de estos) le atrae, ya que Rob Zombie termina dando lo que promete. Otros, simplemente, disfrutan del tour sin esperar un desarrollo más profundo a nivel de guión; han venido a ver sangre, y eso es lo que han obtenido.

Otro de los puntos para destacar en el cine de Rob Zombie es su capacidad para traernos veteranos del género, como Bill Moseley, Sid Haig o Karen Black, ya que él tiene un genuino amor por el horror, un género bastardeado incluso por personas que se han involucrado en algún momento de sus carreras, en vez de enorgullecerse por ser parte de este. Zombie, en ningún momento minimaliza su expresión artística, sino todo lo contrario: la enaltece en cada oportunidad en que está detrás de la cámara.

Hoy, diecinueve años después de su estreno, vuelvo a visitar a la familia Firefly. La casa es una trampa mortal, donde nadie puede escuchar tus gritos. Es mejor salir corriendo como un conejo, sin mirar atrás, obviando la risa desenfrenada que se oye a unos cuantos metros y que es casi tan terrible como una decena de puñaladas.

Blood Harvest, de Bill Rebane

La vida de Tiny Tim fue tan curiosa como estrafalaria. Blood Harvest —la única película que interpretó— nos trae algunas sorpresas que merecen la pena contarse. Hoy en día, puede ser que muchas personas hayan descubierto este film debido al maquillaje del personaje de Mervo, que nos recuerda al Joker interpretado por Joaquin Phoenix. Pero aquí hay mucho más que estética.

Nos ubicamos en 1987, el año en que Evil Dead, Lost Boys, Hellraiser, o la tercera entrega de A Nightmare on Elm Street (por citar alguna de las producciones) sorprendían por su originalidad. También fue un año que nos trajo, según mi opinión, algunas decepciones, como la secuela de House. Otras películas terminaron siendo material de culto, como es el caso de Blood Harvest.

Esta película nos presenta un slasher con todos sus elementos clásicos. En la historia, la protagonista retorna a su hogar natal, donde sus padres han desaparecido y debe encontrar respuestas. Aquel sitio contiene un ambiente malsano. El comportamiento creepy de Tiny Tim, tan fuera de tono, es lo que más enriquece esta propuesta, que no brilla por su originalidad (ya que el trasfondo lo hemos visto en otras ocasiones y con mejores resultados). Pero, así y todo, hay algo que atrapa. Tenemos los típicos planos subjetivos que se encargan de perseguir a los protagonistas hasta darles una muerte cruel, personajes con intenciones ambiguas y un final que trae como desenlace una resolución notoria. Como he dicho, no es una de las películas más originales de aquel tiempo, pero contiene los suficientes elementos para ser vista. Tiny Tim, como Mervo, es convincente a la hora de crear un personaje. Nos mantiene atentos a cada una de las acciones que pueda realizar, ya que no es una persona normal: hay algo roto en él. Esto lo notamos desde el primer minuto que aparece en pantalla. De hecho, si lo analizamos fríamente, la mayoría de los personajes tienen rasgos erráticos, lo que, en esta ocasión, funciona, ya que nos permite ser testigos de una atmósfera extraña, en un sitio donde no se sabe cómo va a actuar cada una de las figuras que intervienen en las escenas.

No me queda más que recomendar esta película a quienes quieran descubrir a Tiny Tim fuera de su carrera como músico.Así podrán adentrarse en la biografía de una persona que tuvo un final triste, más triste que la pena que carga su personaje Mervo en Blood Harvest.

Alucarda, de Juan López Moctezuma

Mis abuelos vivían en una casa antigua, en uno de esos barrios que les gusta conocer a los turistas. Sitios abandonados en el tiempo que llaman a recorrer sus calles y a admirar las arquitecturas. Por mi parte, tan solo era el sitio donde vivían mis parientes. Cuando había una reunión familiar, me quedaba pegado a la pantalla del televisor en blanco y negro que tenían. Recuerdo, como si fuera ayer, cuando vi The Empire Strikes Back. Para mí, aquello no era una película, sino una obra de arte. Por algún motivo, al finalizar esta, mi abuela me habló sobre un film donde una niña era poseída por el diablo. Tiempo después (mucho después: estábamos en 1987 y tenía cuatro años), pude tener la edad suficiente para ver The Exorcist. Me aterró por completo. Y, de manera instantánea, se transformó en una de mis películas favoritas, de esas que uno siempre vuelve a ver con un entusiasmo juvenil. Con el tiempo, descubrí otros films de la misma época, con temática similar, hasta introducirme en las películas más raras —por así decirlo—, las que escapaban de las miradas comerciales. Un ejemplo de ello fue Alucarda. A diferencia de The Exorcist, en esta oportunidad, hay una historia ambientada en un orfanato, y no en un escenario cerrado como la habitación de Regan. Una nueva interna llega luego de haber perdido a sus padres; allí conocerá a Alucarda, una misteriosa joven con quien iniciará un viaje de locura y de sucesos siniestros. La ambientación, con clara influencia de las producciones de la Hammer, los tintes góticos y la paleta de colores sangrienta (combinados con erotismo), constituyen gran parte del atractivo del metraje. Hay una exageración en el comportamiento de la protagonista, que en otro ámbito podría pecar de malsano, pero aquí funciona a la perfección. Es una histeria que se va enalteciendo, hasta transformarse en una conducta colectiva (en especial en el tercer acto, donde todo termina yéndose de las manos).

Hoy es uno de los pilares obligatorios del llamado Satanic Panic, parte de una corriente que en su tiempo fue polémica, y hasta censurada debido a su temática tabú y a sus propuestas blasfemas. Aquí el gran acusador seduce a las jóvenes hasta llevarlas al éxtasis opuesto a los mandamientos que inculca el orfanato, a una excitación que se va propagando de forma violenta, hundiéndonos en la locura tanto colectiva como personal de Alucarda. Es una película muy típica de aquella época, donde el furor se manifiesta con un exaltamiento un tanto desmedido.

Alucarda supo combinar escenas surrealistas, seducción demoniaca y asesinatos, lo que le concedió el título de film de culto. Un culto muy bien merecido.

The Ring, de Gore Verbinski

No voy a mentirles. No sabía nada sobre esta película, y mucho menos sobre Ringu, de Hideo Nakata. El terror desarrollado a partir de los noventa no es de mis favoritos (sin contar algunas excepciones, por supuesto). Nunca entendí ese fanatismo por Scream, I know what you did last summer, y todos aquellos films que, básicamente, se dedicaron a copiar las mismas fórmulas donde estudiantes eran víctimas de los objetos cortantes que estuvieran cerca de las manos de algún psicópata. Por lo tanto, mi interés por el género —si hablamos de las producciones comerciales— se fue esfumando desde aquel momento. Una noche, unos colegas míos alquilaron The Ring. Yo, al no saber nada de la película, supuse que se trataba de algún slasher sin nada de originalidad, de esos que ni siquiera se gastan en crear una historia. Solo muestran una docena de personas con hachas o cuchillos enterrados en la cabeza; pero, por suerte, descubrí que no tenía nada que ver con lo que esperaba.

Debido a mis problemas de vista, cuando veo una película, me siento bastante cerca del televisor, así que, después de haberme acomodado, me sentí atrapado desde la primera escena. El recurso de la cuenta regresiva de los siete días genera suficiente tensión para que uno quiera averiguar el desenlace, mucho más cuando un objeto como una cinta es la causante de esta tensión. Por supuesto, al comienzo del film, uno no sabe qué tipo de imágenes hay grabadas, lo cual es otro de los factores que hacen que uno quiera continuar el viaje en The Ring. Tampoco podemos intuir su origen. La construcción es sencilla: si uno ve esta cinta maldita, estará condenado a morir después de una semana. Supongo que, además de mi dificultad de mi vista, al ser una historia con tantos diálogos (y del tipo que involucra una investigación exhaustiva), tuve que acomodarme aún más cerca de la televisión, sin saber que, en el medio de una escena en que los protagonistas están hablando, aparecería una imagen que, literalmente, me hizo saltar y tirarme para atrás. Fue tan impensado que, hasta el día de hoy, cuando la veo, suelo hacer un poco de trampa desviando la vista. Aquella escena es un perfecto ejemplo de cómo realizar un jumpscare, y mantenernos en vigilia por la llegada de nuevos momentos que tengan un impacto similar.

En The Ring no se pierde la tensión en ningún momento durante las casi dos horas de duración. Cada día que transcurre, la historia está bien definida. Se van dando situaciones diferentes en cada uno de estos. Vamos obteniendo pistas de la antagonista, aunque al final nos deja varias interrogantes. Me gusta el misterio que posee, ese tipo de narrativa que, si se explicara, terminaría por decepcionarnos. No tener todas las piezas juntas nos permite, como espectadores, armar nuestras propias versiones. Otro de los puntos a favor que tiene es el Plot Twist: es tan efectivo como lógico, dada la psicología de la antagonista. Una perfecta manera de terminar la película.

Gore Verbinski supo americanizar la historia sin que se perdiera la esencia, algo que en otras oportunidades no vimos. El J-Horror proviene de una sociedad tan particular como la japonesa, donde las costumbres y las reglas pueden ser opuestas a nuestra versión del mundo.

Gracias a este filme, descubrí la obra de Hideo Nakata y la fuente original: Ringu de Koji Suzuki, un libro que recomiendo a todos los que les haya gustado tanto la adaptación americana como la japonesa. Les aseguro que les va a encantar.

Mr. Sardonicus, de William Castle

Hablar de William Castle es introducirnos en una de las mentes más brillantes a la hora de promocionar una película que el cine nos ha dado. Su idea fue llevar más allá la experiencia cinematográfica, y así convertir al espectador en cómplice de sus producciones. Uno de los ejemplos más reconocidos se dio en el estreno de House on Haunted Hill: hizo aparecer un esqueleto en la sala del cine en el momento en que el film alcanzaba su máxima tensión, o cuando las butacas emitían una leve descarga de corriente eléctrica en la proyección de The Tingler. Hay ejemplos de sobra de cómo la originalidad y el marketing hicieron de William Castle todo un caso de estudio.

Hoy quiero centrarme en una de las películas de este director que más disfruto ver: Mr Sardonicus. La historia nos presenta a un médico de renombre, quien recibe una carta de una mujer de la cual ha estado enamorado. Ella ahora está casada con un barón y vive en Europa; le pide ayuda debido a la condición de su marido. Por supuesto, intrigado y sin haber podido olvidarla, nuestro protagonista viajará para descubrir el mal que afecta a Sardonicus: una deformidad en su cara, producto de un hecho traumático, que lo obliga a esconder su rostro detrás de una máscara.

El film es efectivo debido a que el misterio se va a ir develando de a poco. Nada está dicho al comienzo, lo que hace que el espectador quiera saber más y hasta sienta empatía con el Barón y encuentre algunos rasgos de la poca humanidad que le queda (aunque, la mayor del tiempo, su actuar es despiadado).

Hay escenas que funcionan a la perfección; por ejemplo, la primera vez que vemos la cara de Sardonicus, esta shockea por su crudeza. Lo mismo ocurre cuando somete a su empleada a un experimento consanguijuelas: transmite tal naturalidad que podemos intuir que son prácticas diarias.

Casi al final de la película, el propio Castle rompe la cuarta pared para pedirle a la audiencia, mediante votación, que decidan el destino del barón. Posteriormente, nos deja ver la suerte que se merece: un desenlace que me pareció perfecto, tan perfecto que uno no puede dejar de sonreír. 

William Castle entendió el cine como una experiencia más allá de la pantalla (si se quiere, como un ejercicio lúdico), que nos invita a enfrentarnos a los terrores en carne y hueso. Mr Sardonicus cumple con todo ello; solo basta sentarse en un sillón, apagar las luces y ser testigo del rostro detrás de la máscara. 

 

Death Machine, de Stephen Norrington

Recuerdo el momento en que esperaba, sentado delante del televisor, el estreno de una nueva serie que no habían dejado de anunciar desde hacía semanas. Estábamos a comienzos de los noventa: la televisión era una parte importante en nuestra vida cotidiana. Pocos canales, pero mucho por descubrir. La serie en cuestión se llamaba Los Simpson. Después de su primer capítulo, se transformó en un programa obligatorio en mi casa. Más allá de todos los momentos clásicos, hubo un capítulo que esperaba ver con ansia: uno donde apareciera el Autosaurio (Camionosaurio, en España), ya que su diseño me fascinaba. Lamentablemente, no era un personaje regular en la serie pero, para mi fortuna, poco después sería testigo de la creación de una criatura similar y mucho más despiadada: War Beast.

Death Machine fue un film que alquilé sin siquiera leer su sinopsis debido a su portada: si había un monstruo parecido al Autosaurio, eso era suficiente motivo para llevarla a casa. La historia nos presenta un mundo distópico, en un futuro cercano, que nos traslada al interior de una compañía dedicada a crear armas que fusionan las máquinas con humanos. Brad Dourif encarna a Jack Dante, el genio maligno detrás de estos experimentos, que es despedido, luego de ocasionar varias muertes, por la nueva CEO de la empresa. Pero lo que nadie sabe es que ha estado trabajando en su creación más letal: War Beast. Y, por supuesto, no tardará en comenzar la venganza.

Nos vamos introduciendo en la película de una forma lenta, ya que no es un film que ataca al espectador de entrada: va construyendo de a poco el propósito de los personajes y la tensión. Esto último podemos apreciarlo especialmente durante la tercera parte: parece que nunca saldremos vivos de aquel edificio. Incluso se permite algunos guiños al género (solo deben leer los nombres de algunos de los personajes para entender lo que estoy diciendo), y hasta algunas situaciones cómicas —que involucran algunos objetos que carga Jack Dante en el interior de su sobretodo, y el actuar de algunos personajes de manera exagerada— bastante bien llevadas si uno no se las toma en serio, o si se permite disfrutar de este tipo de humor. El film relata una historia bastante interesante, aunque nunca terminan de explotarla; se basa más en crear la situación del gato y del ratón que en darnos una idea mucho más desarrollada del mundo en que estos personajes conviven.  También contiene una cantidad de pastiches reconocibles (más allá del diseño de War Beast, claramente influenciado por el xenomorfo, hay bastantes “tributos” a films como Robocop, Terminator, Alien o incluso a Die Hard). Aunque se ha convertido en una película de culto, hay amantes del cyberpunk que aún desconocen su existencia.

Por mi parte, me hubiera gustado saber más sobre aquella distopía que plantea en los primeros minutos, pero la película nos deja con esa interrogante. Quizá, en un futuro, alguien pueda devolver a la vida todo este espectáculo de gore y ciencia ficción.Y, así, War Beast volverá a caminar entre nosotros.  

A meia-noite levarei sua alma, de José Mojica Marins

El 19 de febrero de 2020, el padre del terror brasileño partió al más allá. Dejó un legado importante, tanto en su país natal como en el extranjero, gracias a su personaje: Zé do Caixão, un sepulturero sádico que anhela encontrar a la mujer perfecta para engendrar un hijo, y así prolongar su linaje. A meia-noite levarei su alma fue el primer film sobre esta figura, que sorprendió por su crudeza plagada de torturas, asesinatos y blasfemias (y, por supuesto, por las famosas escenas con tarántulas).

Desde la difusión de esta película, se ha intentado etiquetar el cine de Marins; incluso, más adelante, llegaría a compararse con el de Luis Buñuel y con el de Alejandro Jodorowsky. Pero lo cierto es que estamos ante un director —a mi entender— único en su tiempo y estilo. Fue un artista que tuvo que luchar con dos grandes problemas desde el comienzo de su carrera: la falta de presupuesto y la censura. Esta última se debió a la temática de sus producciones, donde abundan el maltrato físico y el odio hacia la figura deDios (toda una exposición de nihilismo en una época en que el país no estaba preparado para semejante demostración de libertinaje). Aunque tampoco ayudó, por supuesto, el no contar con recursos. Hay muchos mitos sobre la financiación de la película. Por ejemplo, se cuenta que, en una ocasión, Marins amenazó con un arma a su equipo técnico para que siguieran filmando (las versiones varían entre que este no tenía dinero para pagarles y que el equipo no quería hacerlo debido a la falta de luz del día); que tuvo que vender todas sus posesiones para poder financiar la película (incluidos su coche y su casa). Hasta se asegura que solo conservaba un par de pantalones. También se rumorea acerca del uso de la violencia en las filmaciones. Por ejemplo, que las escenas de tortura no eran fingidas, sino todo lo contrario: eran verdaderas. Más allá de todo esto, lo más atractivo del film es que la historia se cuenta desde el punto de vista del villano, su forma de pensar y de actuar —con una crueldad que lleva a una horrenda muerte de quien osa contradecirlo—. Se llega a un clímax, donde podemos ver que la ira avanza contra el sepulturero, ya que deberá pagar un precio alto por sus actos.

Así fue el origen de un personaje que ha fascinado tanto en Brasil como en el extranjero. En Estados Unidos, es conocido como Coffin Joe, admirado por directores como Tim Burton o como Rob Zombie. Un símbolo de maldad y de hedonismo que, en cada una de las partes de la trilogía —sus otras dos son Esta Noite Encarnarei no Teu Cadáver (en 1967) y Encarnação do Demônio (en 2008)— continuó en la búsqueda de extender su legado, despreciando a los que se sometían a la debilidad de las masas y a creencias religiosas.

Hay algo en su cine que hasta el día de hoy llama la atención: la personalidad, que atrapa; esa forma de contarnos historias que pone en juicio los valores y moral humanos, de hacernos adentrarnos tanto en este personaje del que, a pesar de saber que es infame, uno siempre espera que se salga con la suya. La vida es el principio de la muerte, y la muerte es el final de la vida. La existencia es la continuidad de la sangre, y la sangre es la razón de la existencia. Y, por si el diablo lee estas palabras, Zé do Caixão quiere invitarlo a cenar.