Metal Nightmare Número 1 ya puede conseguirse. Mis colaboraciones incluyen una reseña sobre “X”, de Ti West y “The Funhouse”, de Tobe Hooper.
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Metal Nightmare Número 1 ya puede conseguirse. Mis colaboraciones incluyen una reseña sobre “X”, de Ti West y “The Funhouse”, de Tobe Hooper.
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Me encantaba el parque de diversiones. Cerca de mi casa, había uno que funcionaba como una de las mayores atracciones de la ciudad. La visita obligatoria, por supuesto, era el Tren Fantasma. Ver personas que esperaban en la fila con cierto nerviosismo dispuestas a ser asustadas me motivaba a unirme a la experiencia. Cuando descubrí, en el video club, una película que transcurría en un parque de diversiones, no dudé en alquilarla.
Realizada en 1981 —en la época que los Slashers gozaban de un florecimiento que traería, a posteriori, copias de los filmes más representativos del estilo, hasta volverlos una parodia—, la historia nos presenta a un grupo de adolescentes que deciden pasar la noche en el parque de diversiones. Desafortunadamente, presenciarán un asesinato, consumado por una persona que oculta su rostro con una máscara del monstruo de Frankenstein. Ahora, escapar no será tan fácil.
Hopper construye un Slow Burn, que acierta en las escenas descriptivas, donde la atmósfera del sitio juega un papel importante: las luces, los juegos mecánicos, las tiendas que exhiben Freaks Shows, o a mujeres bailando con poca ropa. Los curiosos que visitan el lugar siguen sus actividades, obviando la energía tétrica que hay en sus alrededores. Todo el sitio parece ser creado desde esa perspectiva; si uno presta atención a los detalles, es una feria que advierte a los visitantes sobre lo malo que puede ser husmear más de la cuenta. Hay tributos a otras películas, más allá de la máscara: una de las escenas más famosas de Psycho es recreada al comienzo del film. También se toma, con el mismo objetivo, Halloween, de John Carpenter, por citar unos ejemplos. Tobe Hopper logra manejar la intensidad en el interior de las atracciones de este parque (sobre todo en el tercer acto), algo que me pareció novedoso, ya que nunca había tenido la oportunidad de presenciar el funcionamiento de los juegos desde esa perspectiva. Respecto de la historia, es un guion correcto y fácil de llevar, lo cual es la única pretensión del film: entretener al espectador.
The Funhouse no es la película más conocida de su realizador, pero sí una buena opción para recordar la época que los Slashers estaban en boga. Hubo un pequeño film que supo ser diferente o, al menos, ofrecer una alternativa que difería de la mayor parte de las producciones de este tipo.
Suban tranquilos a las atracciones, pero les recomiendo alejarse del misterioso personaje que se oculta detrás de la máscara del monstruo de Frankenstein: pueden encontrar algo mucho peor de lo que esperan.
La fama y la belleza pueden codiciarse tanto como se anhela el agua en el medio del desierto. Por ello, hoy los invito a la Ciudad de las Estrellas, donde cada pecado está a disposición de los mortales. Después de todo, tarde o temprano, hay que perder la inocencia.
The Neon Demon nos cuenta la historia de una joven aspirante a modelo y su camino al reconocimiento. Por supuesto, no todo será glamoroso cuando conozca la cruel competencia y envidia que hay en el medio.
El punto más destacado recae en la fotografía, que nos envuelve desde el primer minuto en una estética que explota de colores: un elemento que será de tanta importancia como la que se da en Suspiria, de Darío Argento (solo por citar un filme donde el criterio del artista fue crucial). Con una música synthwave como banda sonora, vamos conociendo una ciudad donde la apariencia lo es todo, donde cada ser humano parece vestir una piel de inocencia que esconde intenciones aterradoras. Aquí es donde el film consigue su mejor acierto: la dualidad en las situaciones… el humo y espejo, que domina una industria donde las personas son más que desechables, incluso consideradas así por ellos mismos. Cuando se llega a determinada edad (en promedio, a los 21 años), parece que no hay nada más que hacer en el mundo que plantea The Neon Demon. Al menos, no si se quiere triunfar.
El desarrollo de la protagonista pasa desde una introvertida adolescente que llega de un pueblo con grandes sueños hasta una mujer que domina a las personas que la rodean, con su deslumbrante belleza. Ella despierta la envidia de sus colegas que, a pesar de todo su esfuerzo por destacar, terminan relegadas a un segundo plano ante la chica nueva. Cada uno de los personajes quiere un pedazo de ella, y luchará por conseguirlo.
El terror que construye The Neon Demon actúa de manera sigilosa; no trae una sorpresa en los primeros actos ni nada que se escape al desarrollo del personaje, más que las obvias intenciones de los protagonistas. Pero, llegado el tercer acto, la historia toma matices distintos, aunque esto no se siente forzado en ningún momento, ya que hemos tenido las suficientes escenas para considerar esta última parte como algo lógico dentro de su planteo. Con reminiscencias de la condesa Bathory, de ciclos lunares y triángulos invertidos, el director nos propone una historia que no será para todo entusiasta del género, ya que la premisa no se basa en asesinos con máscaras o en demonios medievales. En este caso, el terror nos introduce en la vida cotidiana en una ciudad que posee varias aristas, de las cuales todas llevan a la fatalidad.
El estar solo puede ser aterrador, pero lo es aún más cuando uno se rodea de desconocidos… y todos quieren carne fresca.
Las ciudades guardan secretos, y cada uno de estos es más terrible de lo que pensamos, sobre todo cuando estamos ante un trabajo basado en una obra de Clive Barker.
Conocí esta historia gracias al libro Book of Blood cuando era adolescente: nunca había leído nada igual. Cada uno de los cuentos contenía una brutalidad increíble.
Se sabe que las adaptaciones de obras literarias al celuloide suelen ser bastante mediocres. De hecho, siento que la mayoría no logra representar el espíritu de la fuente original. (No voy a entrar en detalles, ya que ejemplos abundan). Hoy quiero hablarles de lo que para mí fue una sorpresa, ya que no esperaba nada de The Midnight Meat Train.
Ryuhei Kitamura, a quien conocimos por su película Azumi tiempo atrás, nos introduce en las calles de una ciudad donde todo puede ocurrir y, lo más importante, donde haríamos cualquier cosa para que todo ocurra. León Kaufman es un fotógrafo que intenta captar el lado más oscuro de la ciudad de New York, y así obtener reconocimiento. Pronto se obsesionará con una serie de eventos que involucran a un silencioso asesino que viaja en el último tren que funciona en el día.
Una de las características más notables que Kitamura nos trae es la manera de presentarnos la ciudad y cómo el misterio del asesino se va revelando de a poco. Si bien no tiene el impacto que posee el final del cuento, aquí funciona el tercer acto de una forma bastante correcta, llevándonos de lo que podría denominarse thriller oscuro a un horror absoluto en las profundidades de la ciudad. La estética, la atmósfera y (por supuesto) el Gore son utilizados acorde a cada situación. Aquí el director no se guarda contemplaciones para nadie: es un film muy violento y crudo, lo cual se agradece, ya que no es una historia que deba tener concesiones. Cuando llegamos al final, entendemos el porqué de ello.
Si bien hubo otras adaptaciones de la obra de Clive Barker (incluso él mismo estuvo involucrado tanto en la dirección de algunas de estas como en la producción), la mayoría de las veces, uno puede advertir que falta una sustancia esencial. Esta es una buena oportunidad para conocer una adaptación lograda y un lado de La Gran Manzana, que desearás jamás recordar.
Como era evidente, después del éxito de la remake de Ju-On en plena fiebre por el horror asiático, la atención por la obra de Takashi Shimizu fue incrementándose en esta parte del continente. Si bien muchos cineastas asiáticos comenzaron a emular sus propias fórmulas (incluso el director del que hoy hablo es uno de los casos más resonados), hubo ciertas películas que supieron destacarse de todo el catálogo que llegó de Asia. Marebito fue una de estas.
En este caso, Shimizu opta por realizar un film íntimo y minimalista. Shinya Tsukamoto encarna a un camarógrafo obsesionado con la adrenalina que provoca el miedo. Se sumerge en las profundidades del subterráneo para descubrir los secretos que esconde una leyenda urbana.
El trabajo de cámara es una mezcla interesante que nos permite tener una mirada tanto subjetiva como objetiva de cada una de las acciones. El punto de vista del protagonista hace que el film adquiera un realismo muy bien ejecutado. Tsukamoto es convincente a la hora de interpretar un personaje que pudo haber caído en las obviedades pero, dadas las circunstancias, nos permite ver un desarrollo mucho más profundo, hasta que sucumbe en las entrañas de sus anhelos por hallar el horror desconocido. Lo mismo ocurre con la construcción de F (un ser misterioso, a veces frágil como un bebé, pero siempre hambriento de sangre), que solamente debe valerse de sus expresiones corporales y de miradas para transmitir sentimientos.
Marebito maneja el bajo presupuesto que costó realizarla, de tal forma que no luce como una producción barata, ya que la esencia recae en el guión de esta y en la forma de interactuar de los dos personajes, tanto entre ellos como con el ambiente que los rodea, un mundo donde las metáforas nos llevan a la soledad y al vampirismo: consumir a otros y ser consumidos por el pavor absoluto. En la obra, hay una dualidad constante entre lo que es ficción o realidad para nuestro protagonista. Las dos formas de entender su mundo se mezclan para dejarnos preguntas en cada escena. Es un detalle sutil que se logra visualizar cuando uno presta atención al entorno donde se manifiesta el comportamiento del camarógrafo, ya que hay una lectura interna en su subconsciente, con la que puede elaborar un tipo de trama distinta a lo que creemos estar viendo. ¿Qué es la realidad y la mentira en Marebito? Cada uno de los espectadores deberá averiguarlo; tan solo basta visitar el mundo de las profundidades y que este te devuelva el saludo.
Basándose en su propio cuento, The Last Illusion, Clive Barker nos trae un mix de film Noir y Horror que ya podemos detectar luego de los primeros minutos de haber comenzado la película. Aquí hay un elemento fundamental en el arte de Barker: la imaginación.
De la mano de uno de los personajes esenciales de sus libros (el detective Harry D’Amour), nos vamos adentrando en un mundo donde las ilusiones pueden superar la realidad. La historia tiene un punto fuerte para resaltar: la doble moral, que varios de los protagonistas poseen en distintas situaciones: una moral con tonalidades grises, ya que cada uno actúa en función de sus propios deseos, sin importarles cómo afecta esto a su entorno. La relación entre Swann y Nix es tan ambigua en sentimientos que uno hubiera deseado poder ver más de ellos. Es una relación que por momentos parece ser de maestro y alumno, y pasa enseguida a ser un berrinche de amantes. Nix, aquel hombre que vino a asesinar al mundo (según sus palabras), actúa como un dios celoso, teniendo como un preciado anhelo a su discípulo favorito, sin que nadie pueda llenar el vacío ocasionado por su falta. Por otra parte, la construcción del triángulo que se arma (Harry/Dorothea/Swann) conforma una historia muy interesante, aunque queda relegada a un segundo plano.
Uno de los puntos que, en esta oportunidad, considero negativo es cómo el azar juega un papel importante de una manera muy brusca. A veces se sienten forzadas ciertas situaciones, sobre todo las que involucran investigaciones. Además, esperaba un poco más del desenlace que, dicho sea de paso, copia una de las escenas más memorables que nos ha regalado una saga.
Al igual que en otras obras de Barker, la ambigüedad sexual es una marca característica en Lord of Illusions, y no solo en la relación comentada entre los dos magos. Esto mismo se da otros personajes o en otras situaciones. Hay una gran carga sexual y también de sufrimiento, aunque no se llega a los niveles que hemos visto en Hellraiser.
Recomiendo ver el Director’s Cut, que tiene diez minutos de duración más que la versión de cine. Al menos, intenta conectar mejor algunas escenas y hacernos entender, sobre todo, cómo llega a algunos escenarios Harry D’Amour y detalles de la relación de Swann con su maestro que, por algún motivo, quedaron fuera de lo que se ve en la pantalla grande. Creo que esta versión puede ayudar a que obtengamos una mejor imagen de los hechos que se van desarrollando.
Por lo que hemos podido ser testigos, Lord of Illusions parece haber sido la última película bajo la dirección de Clive Barker (excepto que salga de una vez por todas ZvG: Zombies vs. Gladiators), aunque espero que se lo pueda ver más involucrado en otros proyectos cinematográficos (la adaptación de The Thief of Always lleva años especulándose, lo mismo que la saga de Abarat) que hagan conocer su universo a más personas. Así, podrán encontrar la fuente de sus obras. Pero por el momento, recuerden: la carne es una trampa, y la magia nos libera. Bienvenidos a la divinidad del engaño.
Si hablamos de terror urbano, de esas historias que suceden en grandes urbes repletas de luces, ruidos, suciedad y personas que parecen nunca dormir, siempre —o, mejor dicho, en la mayoría de los casos— se puede encontrar una salida, algún callejón por donde escapar. Pero, si pensamos en el horror que sucede en escenarios rurales, entonces, la situación es otra: en los pueblos, en los campos desolados, el terror toma una forma mucho más siniestra.
Jug Face trae todos los ingredientes para generar una sensación sofocante, a pesar de que la mayoría de las escenas transcurren en el exterior. Una comunidad adora a una criatura que habita en un pozo. Este extraño ser tiene cualidades curativas y ayuda a los pobladores a curar sus enfermedades. Pero todo tiene un precio: cada tanto deben sacrificar a un miembro de la comunidad para satisfacerlo. Uno de los mejores detalles del film es la forma en que se comunica quién ha sido elegido como parte del sacrificio: a través de jarrones con los rostros de estas personas. Una mujer, que ha quedado embarazada de su propio hermano, descubre que el nuevo jarrón tiene su rostro. Sin querer ser ejecutada y con un niño fruto de una relación prohibida en su vientre, esconde el jarrón y comienza a planear cómo escapar. La manera de actuar de cada individuo, fría y distante, da mucho más escalofrío que cualquier monstruo, en especial cuando deben rendirle tributo a la criatura. La manera en que matan a sus seres queridos como si fuese lo más normal del mundo es uno de los mejores aciertos que tiene Jug Face.
El final puede resultar para algunos una decisión arriesgada pero, si tenemos en cuenta todos los eventos que hemos visto, no debería resultarnos ajeno a cada uno de estos. A pesar del paisaje vasto que tenemos delante, cada uno de los caminos conduce hasta un solo destino: el pozo. Esta metáfora de un Dios tirano y celoso recibe con los brazos abiertos a todos, pero recuerden: lo que la criatura da también lo quita.
Permítanme ser la oveja negra esta vez, y defender una película a la que gran parte de la comunidad no le tiene aprecio.Y quizá se deba a un simple hecho, algo mínimo, pero que puede llegar a arruinar la experiencia: me estoy refiriendo a su nombre. Si tienen la valentía de olvidarse que la tercera y controversial parte de la franquicia no pertenece al mismo universo que el de Michael Myers, les aseguro que van a poder disfrutarla desde una perspectiva distinta.
En primer lugar, es una entrega que no se asemeja a las anteriores, tanto en su temática como en su realización (y, por supuesto, en el conflicto general de la trama). En segundo lugar, algunos de los personajes que vamos conociendo tienen un desarrollo más maduro que lo frecuente en este tipo de producciones; Tom Atkins sabe cómo sostener la historia entre las investigaciones que su personaje realiza mientras la música funciona como una amenaza. Nos hace caer en la cuenta de que estamos atrapados por la compañía que fabrica las máscaras todo el tiempo. Incluso, la forma en que tienen la compañía de vigilar a los ciudadanos nos crea una especie de paranoia constante (similar a la que podemos sentir en Body Snatchers, por dar un ejemplo), la sensación de estar capturados desde el comienzo del metraje continua en cada minuto. Esto se logra —principalmente— gracias al detalle de la música diegética del comercial de las máscaras, que se vuelve un elemento cotidiano más al emitirse en la mayoría de las escenas.
Llegado al tercer acto, la extravagancia comienza a surgir cuando se devela la identidad de los antagonistas. Este es un giro que nadie vio venir y que, en su momento, cuando vi la película por primera vez, me pareció un poco antinatural, en comparación con el resto de la historia. Hoy tengo una opinión más objetiva: si iban a hacer un desmadre, mejor hacerlo épico.
Más allá de las críticas devastadoras que recibió por no haber contado con “The Shape” haciendo una masacre, esta película, para mí, sigue siendo superior a otras entregas.
Solo resta recordar verla como una película que sucede fuera de la línea argumental que ha ido desarrollando la saga, como un universo paralelo, si se quiere; como una historia que podría accidentarse contra la obra de Carpenter… si existiera el Multiverso en la franquicia.
Quiero hablarles del miedo. En esta ocasión, me permito contar una anécdota personal que involucra la sensación de pavor absoluto, una emoción tan fuerte que hiela la sangre. Cuando era niño, había desarrollado un miedo exagerado a las cucarachas. Un día de verano, estaba en la cocina de mi casa, y presencié una escena de horror impensable: una cucaracha entró volando, y se posó en la pared. Yo, debido a mi edad, no tenía el conocimiento de que aquellos insectos podían volar. Lo único que pude atinar a hacer fue saltar por la ventana y caer en el patio, sin pensar en las consecuencias, ya que la ventana de la cocina estaba a una altura bastante elevada. Para fortuna mía, no me rompí ningún hueso.
Tiempo después, volvería a sentir un miedo intenso. Una noche, mi padre estaba viendo una película que transcurría en el espacio. En una escena, un hombre perdía un brazo y, posteriormente, la extremidad tenía voluntad propia y terminaba matándolo. Era tan real (para mi entendimiento en aquella época) y extraña que se me quedó grabada desde aquel entonces; incluso, recuerdo que el final no lo había podido comprender del todo, ya que se volvía medio abstracto. Recuerden que yo era un niño: tenía 4 años, y este era mi primer acercamiento al género.
Tuvieron que pasar varios años para que volviera a encontrarme con una escena de este tipo: fue gracias a Goremania, de Jesús Palacio, un libro que me sirvió como pilar para ir abriéndome camino en las distintas propuestas que el terror ofrecía.
Aprovechando el éxito de Alien, hubo muchas películas que trataron temáticas similares: personas que realizan una expedición a un planeta desconocido, donde una (o varias) criaturas los irán matando de a poco. Galaxy of Terror contiene todos los elementos característicos del género. Nos encontramos con un grupo de tripulantes que han recibido una llamada de emergencia desde un planeta desolado. Apenas lleguen, irán encontrando los horrores espaciales. Más allá de ser un film clase B, creo que los recursos están bien aprovechados. Además, he visto escenas mucho más originales aquí que en varias producciones de alto nivel. Las muertes están hechas de una manera grotesca y sin filtro —la escena del gusano espacial es el ejemplo más claro—; la atmósfera (sobre todo en el tercer acto) retrata a la perfección el espíritu de la historia. Para los que gusten de ver un Rip-Offs de Alien, esta película es una de las mejores opciones. También contamos con Robert Englund (pre Freddy Krueger) y con Sid Haig (en aquel momento, era muy conocido por el film de culto Spider Baby) en las actuacionesy, como un detalle curioso, en el diseño de producción, a James Cameron.
Quizá hoy, que ya soy adulto, no pueda entender qué me asustó tanto de Galaxy of Terror, pero la impresión que uno tiene de niño es otra cosa, un mundo distinto, apartado, al igual que el planeta donde se realiza la expedición en este film.
Quedan todos invitados a conocer una galaxia muy, muy lejana y oscura.
Pahanhautoja nos muestra la imagen de una familia modelo, donde cada miembro mantiene siempre una convivencia de armonía y respeto, y donde cada uno de ellos cumple sus sueños y sus metas. Tanta perfección nos hace algo de ruido, y mucho más cuando una familia de estas características está involucrada en un film de terror. Esta película es una sátira que muestra cómo, fuera de las cámaras, todo se derrumba sin que nadie haga nada para detenerlo. Es solamente el comportamiento natural que va evolucionando.
La historia nos presenta a una mujer obsesionada con mostrar a su familia perfecta, en especial, a su hija, a quien obliga a entrenarse sin parar con el anhelo de que sea la mejor, y satisfacer así sus propias obsesiones. Por otro lado, tenemos a su esposo (un hombre rebajado a la nada misma, que no logra comprender a sus hijos, y mucho menos despertar el deseo de su esposa) y a su hijo (un niño que pasa la mayor parte del tiempo ignorado). Pero todo cambiará después de un incidente: la hija halla un huevo, que decide cuidar. Con el pasar de los días, el huevo irá aumentando de tamaño, hasta que nace una criatura. Desde este momento, surgirá una relación que mezcla la maravilla y la fatalidad entre la pequeña y la criatura recién nacida.
En el film se evidencia una dosis de body horror bastante efectivo, así como también discreto, ya que la película no se basa en mostrarnos un catálogo de viscosidades. Aquí la transformación evoluciona al mismo ritmo que la historia, hasta obsequiarnos un final que a la vez sirve como paralelismo y como metáfora. Si bien estas escenas quedan expuestas al público, uno puede construir la siguiente, sin la necesidad de que el metraje continúe.
El film no decae en ningún momento; el director sabe cómo llevar cada una de las escenas, en especial cuando se habla de sentimientos maternos. Aquí también vemos un paralelismo entre los dos casos que se presentan: sumisión y responsabilidad hablan por sí solas.
Pahanhautoja es una grata sorpresa para este año, en que varias producciones que prometían traer algo fresco al género terminaron por decepcionar. No quiero indagar mucho en la trama para que ustedes puedan ir descubriendo la historia. Solo me resta decirles una cosa: cuidado con los huevos que vayan encontrando en su camino.