The Neon Demon, de Nicolás Winding Refn

La fama y la belleza pueden codiciarse tanto como se anhela el agua en el medio del desierto. Por ello, hoy los invito a la Ciudad de las Estrellas, donde cada pecado está a disposición de los mortales. Después de todo, tarde o temprano, hay que perder la inocencia.

The Neon Demon nos cuenta la historia de una joven aspirante a modelo y su camino al reconocimiento. Por supuesto, no todo será glamoroso cuando conozca la cruel competencia y envidia que hay en el medio.

El punto más destacado recae en la fotografía, que nos envuelve desde el primer minuto en una estética que explota de colores: un elemento que será de tanta importancia como la que se da en Suspiria, de Darío Argento (solo por citar un filme donde el criterio del artista fue crucial). Con una música synthwave como banda sonora, vamos conociendo una ciudad donde la apariencia lo es todo, donde cada ser humano parece vestir una piel de inocencia que esconde intenciones aterradoras. Aquí es donde el film consigue su mejor acierto: la dualidad en las situaciones… el humo y espejo, que domina una industria donde las personas son más que desechables, incluso consideradas así por ellos mismos. Cuando se llega a determinada edad (en promedio, a los 21 años), parece que no hay nada más que hacer en el mundo que plantea The Neon Demon. Al menos, no si se quiere triunfar.

El desarrollo de la protagonista pasa desde una introvertida adolescente que llega de un pueblo con grandes sueños hasta una mujer que domina a las personas que la rodean, con su deslumbrante belleza. Ella despierta la envidia de sus colegas que, a pesar de todo su esfuerzo por destacar, terminan relegadas a un segundo plano ante la chica nueva. Cada uno de los personajes quiere un pedazo de ella, y luchará por conseguirlo.

El terror que construye The Neon Demon actúa de manera sigilosa; no trae una sorpresa en los primeros actos ni nada que se escape al desarrollo del personaje, más que las obvias intenciones de los protagonistas. Pero, llegado el tercer acto, la historia toma matices distintos, aunque esto no se siente forzado en ningún momento, ya que hemos tenido las suficientes escenas para considerar esta última parte como algo lógico dentro de su planteo. Con reminiscencias de la condesa Bathory, de ciclos lunares y triángulos invertidos, el director nos propone una historia que no será para todo entusiasta del género, ya que la premisa no se basa en asesinos con máscaras o en demonios medievales. En este caso, el terror nos introduce en la vida cotidiana en una ciudad que posee varias aristas, de las cuales todas llevan a la fatalidad.

El estar solo puede ser aterrador, pero lo es aún más cuando uno se rodea de desconocidos… y todos quieren carne fresca.

The Midnight Meat Train, de Ryuhei Kitamura

Las ciudades guardan secretos, y cada uno de estos es más terrible de lo que pensamos, sobre todo cuando estamos ante un trabajo basado en una obra de Clive Barker.

Conocí esta historia gracias al libro Book of Blood cuando era adolescente: nunca había leído nada igual. Cada uno de los cuentos contenía una brutalidad increíble.

Se sabe que las adaptaciones de obras literarias al celuloide suelen ser bastante mediocres. De hecho, siento que la mayoría no logra representar el espíritu de la fuente original. (No voy a entrar en detalles, ya que ejemplos abundan). Hoy quiero hablarles de lo que para mí fue una sorpresa, ya que no esperaba nada de The Midnight Meat Train.

Ryuhei Kitamura, a quien conocimos por su película Azumi tiempo atrás, nos introduce en las calles de una ciudad donde todo puede ocurrir y, lo más importante, donde haríamos cualquier cosa para que todo ocurra. León Kaufman es un fotógrafo que intenta captar el lado más oscuro de la ciudad de New York, y así obtener reconocimiento. Pronto se obsesionará con una serie de eventos que involucran a un silencioso asesino que viaja en el último tren que funciona en el día.

Una de las características más notables que Kitamura nos trae es la manera de presentarnos la ciudad y cómo el misterio del asesino se va revelando de a poco. Si bien no tiene el impacto que posee el final del cuento, aquí funciona el tercer acto de una forma bastante correcta, llevándonos de lo que podría denominarse thriller oscuro a un horror absoluto en las profundidades de la ciudad. La estética, la atmósfera y (por supuesto) el Gore son utilizados acorde a cada situación. Aquí el director no se guarda contemplaciones para nadie: es un film muy violento y crudo, lo cual se agradece, ya que no es una historia que deba tener concesiones. Cuando llegamos al final, entendemos el porqué de ello.

Si bien hubo otras adaptaciones de la obra de Clive Barker (incluso él mismo estuvo involucrado tanto en la dirección de algunas de estas como en la producción), la mayoría de las veces, uno puede advertir que falta una sustancia esencial. Esta es una buena oportunidad para conocer una adaptación lograda y un lado de La Gran Manzana, que desearás jamás recordar. 

Marebito, de Takashi Shimizu

Como era evidente, después del éxito de la remake de Ju-On en plena fiebre por el horror asiático, la atención por la obra de Takashi Shimizu fue incrementándose en esta parte del continente. Si bien muchos cineastas asiáticos comenzaron a emular sus propias fórmulas (incluso el director del que hoy hablo es uno de los casos más resonados), hubo ciertas películas que supieron destacarse de todo el catálogo que llegó de Asia. Marebito fue una de estas.

En este caso, Shimizu opta por realizar un film íntimo y minimalista. Shinya Tsukamoto encarna a un camarógrafo obsesionado con la adrenalina que provoca el miedo. Se sumerge en las profundidades del subterráneo para descubrir los secretos que esconde una leyenda urbana.

El trabajo de cámara es una mezcla interesante que nos permite tener una mirada tanto subjetiva como objetiva de cada una de las acciones. El punto de vista del protagonista hace que el film adquiera un realismo muy bien ejecutado. Tsukamoto es convincente a la hora de interpretar un personaje que pudo haber caído en las obviedades pero, dadas las circunstancias, nos permite ver un desarrollo mucho más profundo, hasta que sucumbe en las entrañas de sus anhelos por hallar el horror desconocido. Lo mismo ocurre con la construcción de F (un ser misterioso, a veces frágil como un bebé, pero siempre hambriento de sangre), que solamente debe valerse de sus expresiones corporales y de miradas para transmitir sentimientos.

Marebito maneja el bajo presupuesto que costó realizarla, de tal forma que no luce como una producción barata, ya que la esencia recae en el guión de esta y en la forma de interactuar de los dos personajes, tanto entre ellos como con el ambiente que los rodea, un mundo donde las metáforas nos llevan a la soledad y al vampirismo: consumir a otros y ser consumidos por el pavor absoluto. En la obra, hay una dualidad constante entre lo que es ficción o realidad para nuestro protagonista. Las dos formas de entender su mundo se mezclan para dejarnos preguntas en cada escena. Es un detalle sutil que se logra visualizar cuando uno presta atención al entorno donde se manifiesta el comportamiento del camarógrafo, ya que hay una lectura interna en su subconsciente, con la que puede elaborar un tipo de trama distinta a lo que creemos estar viendo. ¿Qué es la realidad y la mentira en Marebito? Cada uno de los espectadores deberá averiguarlo; tan solo basta visitar el mundo de las profundidades y que este te devuelva el saludo.