Jug Face, de Chad Crawford Kinkle

Si hablamos de terror urbano, de esas historias que suceden en grandes urbes repletas de luces, ruidos, suciedad y personas que parecen nunca dormir, siempre —o, mejor dicho, en la mayoría de los casos— se puede encontrar una salida, algún callejón por donde escapar. Pero, si pensamos en el horror que sucede en escenarios rurales, entonces, la situación es otra: en los pueblos, en los campos desolados, el terror toma una forma mucho más siniestra.

Jug Face trae todos los ingredientes para generar una sensación sofocante, a pesar de que la mayoría de las escenas transcurren en el exterior. Una comunidad adora a una criatura que habita en un pozo. Este extraño ser tiene cualidades curativas y ayuda a los pobladores a curar sus enfermedades. Pero todo tiene un precio: cada tanto deben sacrificar a un miembro de la comunidad para satisfacerlo. Uno de los mejores detalles del film es la forma en que se comunica quién ha sido elegido como parte del sacrificio: a través de jarrones con los rostros de estas personas. Una mujer, que ha quedado embarazada de su propio hermano, descubre que el nuevo jarrón tiene su rostro. Sin querer ser ejecutada y con un niño fruto de una relación prohibida en su vientre, esconde el jarrón y comienza a planear cómo escapar. La manera de actuar de cada individuo, fría y distante, da mucho más escalofrío que cualquier monstruo, en especial cuando deben rendirle tributo a la criatura. La manera en que matan a sus seres queridos como si fuese lo más normal del mundo es uno de los mejores aciertos que tiene Jug Face.

El final puede resultar para algunos una decisión arriesgada pero, si tenemos en cuenta todos los eventos que hemos visto, no debería resultarnos ajeno a cada uno de estos. A pesar del paisaje vasto que tenemos delante, cada uno de los caminos conduce hasta un solo destino: el pozo. Esta metáfora de un Dios tirano y celoso recibe con los brazos abiertos a todos, pero recuerden: lo que la criatura da también lo quita.