En la década de los noventa, MTV fue la gran cosa. Recuerdo quedarme hasta la madrugada para poder mirar Headbangers Ball, un programa dedicado al Metal en todas sus variantes. Gracias a esto, pude descubrir una inmensa cantidad de bandas. En 1996, transmitieron el estreno de un videoclip de una banda que yo no conocía: White Zombie. La canción era I’m Your Boogieman. Para mí, aquello fue increíble: tenía un estilo fresco, pesado y bailable. Además, el tema pertenecía a la banda sonora de The Crow: City Of Angels. Si bien creo que a nadie le hacía mucha gracia esta secuela debido a la tragedia ocurrida en la primera parte, yo tenía bastante curiosidad por verla… y, al final (cuando se estrenó), la curiosidad terminó matando al gato. Al día siguiente de haber conocido a White Zombie, fui directo hasta una tienda de discos. Encontré Astro-Creep: 2000, y no dudé en comprarlo. Aquel disco se convirtió en el sonido de mis años de adolescente. Al poco tiempo, hubo noticias de que Rob Zombie iba a dirigir una tercera parte de The Crow, lo cual me alegró mucho ya que los videoclips en que se había involucrado me gustaban mucho. Lamentablemente, nunca se llegó a concretar dicho film (para los curiosos, en internet está el guion de lo que pudo haber sido esta película). Aunque Rob Zombie vería su debut años más tarde.
Y, por ello, hoy recuerdo House of 1000 Corpses.
La estética del film atrapa de entrada; es un collage con una paleta de colores tanto cálidos como fríos, que pueden pasar, de un segundo a otro, a una secuencia en blanco y negro, o visualizar tomas realizadas en Super-8. Esto es toda una expresión de hedonismo cinematográfico que nos recuerda en algunas ocasiones a Natural Born Killers, de Oliver Stone, si pensamos en el manejo tan variado de la imagen.
La historia nos lleva a una comparación con The Texas Chainsaw Massacre, y es inevitable que lo haga, ya que contiene tantos paralelismos que es imposible no evocar a la obra de Tobe Hooper. Aquí, los psicópatas están a disposición para que el público los ame al verlos cobrarse la vida de sus víctimas de las formas más brutales posibles.Y, en este punto, Rob Zombie acierta. El trío de personajes más destacados está compuesto por Otis (interpretado por Bill Mosley, quien también fue Chop Top en la segunda parte de la franquicia de The Texas Chainsaw Massacre), Capitán Spaulding y Baby. Estos ya son parte de la cultura del cine de horror; no por nada pueden verse sus imágenes en un amplio merchandising a través de los años. Volviendo al tema de la película, los dos primeros actos funcionan de manera orgánica, aunque sin ninguna sorpresa; vamos conociendo a los miembros de la familia Firefly —con Karen Black a la cabeza del clan— y sus terribles asesinatos. Todo un festín de Gore y de violencia que trae enormes resonancias del cine Grindhouse de los setenta. Pero, llegados los últimos minutos del film, la cosa cambia y, lamentablemente, no volvería a tratar esa historia; me refiero al mundo subterráneo donde habita Dr. Satan. Aquí parece que estamos viendo otra película. Ese mundo que yace debajo de nuestros pies es mucho más interesante que todo lo que hemos visto anteriormente en el metraje. Aquí hay una historia que merece ser contada y, por algún motivo, no vuelve a mencionarse en las otras entregas de la trilogía de estos personajes.
Para muchos, la película puede caer únicamente en basar su existencia en las grandes dosis de violencia, que incluye todo tipo de torturas, y no tener una sustancia en la historia. Después de todo, sabemos que los malos están para jugar el papel de ejecutores, y esto al público (a la mayoría de estos) le atrae, ya que Rob Zombie termina dando lo que promete. Otros, simplemente, disfrutan del tour sin esperar un desarrollo más profundo a nivel de guión; han venido a ver sangre, y eso es lo que han obtenido.
Otro de los puntos para destacar en el cine de Rob Zombie es su capacidad para traernos veteranos del género, como Bill Moseley, Sid Haig o Karen Black, ya que él tiene un genuino amor por el horror, un género bastardeado incluso por personas que se han involucrado en algún momento de sus carreras, en vez de enorgullecerse por ser parte de este. Zombie, en ningún momento minimaliza su expresión artística, sino todo lo contrario: la enaltece en cada oportunidad en que está detrás de la cámara.
Hoy, diecinueve años después de su estreno, vuelvo a visitar a la familia Firefly. La casa es una trampa mortal, donde nadie puede escuchar tus gritos. Es mejor salir corriendo como un conejo, sin mirar atrás, obviando la risa desenfrenada que se oye a unos cuantos metros y que es casi tan terrible como una decena de puñaladas.
House of 1000 Corpses, de Rob Zombie – Cristian Damnotti
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