Hablar de William Castle es introducirnos en una de las mentes más brillantes a la hora de promocionar una película que el cine nos ha dado. Su idea fue llevar más allá la experiencia cinematográfica, y así convertir al espectador en cómplice de sus producciones. Uno de los ejemplos más reconocidos se dio en el estreno de House on Haunted Hill: hizo aparecer un esqueleto en la sala del cine en el momento en que el film alcanzaba su máxima tensión, o cuando las butacas emitían una leve descarga de corriente eléctrica en la proyección de The Tingler. Hay ejemplos de sobra de cómo la originalidad y el marketing hicieron de William Castle todo un caso de estudio.
Hoy quiero centrarme en una de las películas de este director que más disfruto ver: Mr Sardonicus. La historia nos presenta a un médico de renombre, quien recibe una carta de una mujer de la cual ha estado enamorado. Ella ahora está casada con un barón y vive en Europa; le pide ayuda debido a la condición de su marido. Por supuesto, intrigado y sin haber podido olvidarla, nuestro protagonista viajará para descubrir el mal que afecta a Sardonicus: una deformidad en su cara, producto de un hecho traumático, que lo obliga a esconder su rostro detrás de una máscara.
El film es efectivo debido a que el misterio se va a ir develando de a poco. Nada está dicho al comienzo, lo que hace que el espectador quiera saber más y hasta sienta empatía con el Barón y encuentre algunos rasgos de la poca humanidad que le queda (aunque, la mayor del tiempo, su actuar es despiadado).
Hay escenas que funcionan a la perfección; por ejemplo, la primera vez que vemos la cara de Sardonicus, esta shockea por su crudeza. Lo mismo ocurre cuando somete a su empleada a un experimento consanguijuelas: transmite tal naturalidad que podemos intuir que son prácticas diarias.
Casi al final de la película, el propio Castle rompe la cuarta pared para pedirle a la audiencia, mediante votación, que decidan el destino del barón. Posteriormente, nos deja ver la suerte que se merece: un desenlace que me pareció perfecto, tan perfecto que uno no puede dejar de sonreír.
William Castle entendió el cine como una experiencia más allá de la pantalla (si se quiere, como un ejercicio lúdico), que nos invita a enfrentarnos a los terrores en carne y hueso. Mr Sardonicus cumple con todo ello; solo basta sentarse en un sillón, apagar las luces y ser testigo del rostro detrás de la máscara.